sábado, 15 de agosto de 2020

La tumba de María en el Cedrón

 La Iglesia del Sepulcro de María en el valle de Cedrón es, según la antigua tradición de los cristianos ortodoxos, el lugar "donde fue puesto el cuerpo de María", madre de Jesucristo. El sepulcro se encuentra a los pies del monte de los Olivos, cerca de la Basílica de Getsemaní.

En el lugar se construyó una iglesia en el siglo IV, que fue reconstruida de nuevo por cruzados en el siglo XII, después de que Saladino la destruyera durante la conquista de Jerusalén. La cripta no fue dañada y se conserva desde entonces, dado que María también es honorada en el Islam. Por medio de una empinada escalera tras la fachada se puede descender a la tumba.
Las escaleras que conducen a la cripta donde se encuentra la tumba vacía de María 

Desde los principios del cristianismo, la tumba de María ha sido considerada un lugar sagrado. Fue excavada en el año 1972 por Bellarmino Bagatti, arqueólogo y fraile franciscano. B. Bagatti creía que se trataba de un antiguo cementerio datado en el siglo I dC y que podía albergar varios enterramientos de importantes personajes bíblicos.

Vista del interior de la Cripta y en el centro, a modo de una Edicola, la Tumba de María.

El equipo de investigadores exploró las tres cámaras funerarias, por lo que se dedujo que la tumba debía ser la que fuentes cristianas mencionan como la famosa tumba de María. En el siglo V dC había una pequeña iglesia cerca de la tumba, pero fue destruida en el año 614 por los persas

La pequeña entrada al interior de la Tumba de María, (entre el altar y el icono de la Virgen
La iglesia actual es greco-ortodoxa y apostólica armenia, si bien también se permite venerar a ortodoxos coptos, a sirios ortodoxos y a etíopes ortodoxosLa Tumba de María se halla en el cauce del torrente Cedrón, en Getsemaní, unas decenas de metros al norte de la basílica de la Agonía y del huerto de los Olivos. Recibe también el nombre de iglesia de la Asunción por los cristianos ortodoxos griegos y armenios, que comparten la propiedad, y por los sirios, coptos y etíopes, que detentan algunos derechos sobre el sitio.

El lecho de roca donde fue depositado el cuerpo de la Virgen María y desde donde subió a los cielos. 

Aunque no se proporciona información sobre el final de la vida de María o su entierro en los relatos del Nuevo Testamento, y muchos cristianos creen que no existe ninguno en los primeros apócrifos, se ofrecen algunos apócrifos como apoyo a la muerte de María (u otro destino final) . 

El Libro de Juan sobre la Dormición de María, escrito en los siglos I, III, IV o VII, coloca su tumba en Getsemaní, al igual en el Tratado del siglo IV sobre el fallecimiento de la Santísima Virgen María. 

El peregrino Antonino de Piacenza , escribiendo de viajes en 560-570 dC, menciona que en ese valle estaba "la basílica de la Santísima María, que dicen que era su casa; en la cual se muestra un sepulcro, desde el cual dicen que la Santísima María fue elevado al cielo ".  

El lecho rocoso donde fue depositado el cuerpo de la Virgen y desde aqui subió a la Gloria

Más tarde, los santos Epifanio de Salamina , Gregorio de Tours , Isidoro de Sevilla, ModestoSofronio de Jerusalén , Alemán de Constantinopla , Andrés de Creta y Juan de Damasco hablan de que la tumba está en Jerusalén y dan testimonio de que esta tradición fue aceptada por todas las Iglesias de Oriente y Occidente.

Icono de la Dormición de la Virgen: Ella descansa, Jesús la viene a busca y Ella sentada en el cielo.

Reflexión sobre la Asunción de la Virgen Escrita por el Obispo Santiago Agrelo Martínez, arzobispo de Tánger desde el 2007.

“Con la palabra «Ascensión» nombramos el misterio de la exaltación-glorificación de Cristo nuestro Señor; y con la palabra «Asunción» nos referimos al misterio de la exaltación-glorificación que, por Cristo y en Cristo, se ha cumplido ya en la Virgen María, y se ha de cumplir un día en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Dichosa tú, Virgen María que, por la fe, recibiste en la virginidad humilde de tu seno al Hijo de Dios, y hoy, “envuelta en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas”, eres recibida en la gloria de tu Hijo.

“¡Qué pregón tan glorioso para ti, María! Hoy has sido elevada por encima de los ángeles, y con Cristo triunfas para siempre”.

En ti, Virgen María, se nos concede contemplar alcanzada la inmortalidad de la que en la Eucaristía recibimos la divina medicina. Tuya es la gloria de la que es prenda el Cuerpo de Cristo que hoy comulgamos.

Comulgar medicina y prendar, vivir en esperanza, amar, agradecer… Caminar, fijos los ojos en un cielo que se ha quedado sin fronteras, en un paraíso cuyas puertas, cerradas un día al hombre, se han vuelto a abrir para todos…

Comulgar y caminar como la Virgen María, la más pequeña entre los humildes, la más de todos entre los necesitados, la más de Dios entre los hombres.

Enséñanos, Madre, a hermosear la tierra con un «hágase» a la palabra de Dios, al evangelio que hemos de llevar a los pobres, a la esperanza que nos ha de guiar hasta el cielo.

El Papa Pío XII (01/11/1950) proclamó que «“La Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, terminado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial” cuando aún eran recientes los horrores de la Segunda Locura Mundial. La guerra había masacrado millones de cuerpos, muertos en las trincheras, los campos de concentración o en las mismas ciudades por efecto de los bombardeos. En este contexto, la fiesta de la Asunción de la Virgen nos habla de que el cuerpo humano tiene un valor trascendente y forma parte indisoluble de la unidad personal.

Comentario del Papa Francisco el 15 de Agosto 2020, Fiesta de la Asunción de la Virgen al cielo: “Cuando el hombre puso un pie en la Luna, se dijo una frase que se hizo famosa: “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. De hecho, la humanidad había alcanzado un hito histórico. Pero hoy, en la Asunción de María al Cielo, celebramos una conquista infinitamente más grande. La Virgen ha puesto sus pies en el paraíso: no ha ido solo en Espíritu, sino también con el cuerpo, toda ella. Este paso de la pequeña Virgen de Nazaret ha sido el gran salto de la humanidad.

De poco sirve ir a la Luna si no vivimos como hermanos en la Tierra. Pero que una de nosotros viva en el Cielo con el cuerpo nos da esperanza: entendemos que somos valiosos, destinados a resucitar. Dios no dejará desvanecer nuestro cuerpo en la nada. ¡Con Dios nada se pierde!

En María se alcanza la meta y tenemos ante nuestros ojos la razón por la que caminamos: no para conquistar las cosas de aquí abajo, que se desvanecen, sino la patria allá arriba, que es para siempre. Y la Virgen es la estrella que nos orienta. Ella, como enseña el Concilio, “precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo” (Lumen gentium, 68).

María “engrandece al Señor”: no los problemas, que tampoco le faltaban en ese momento, sino al Señor. ¡Cuántas veces, en cambio, nos dejamos vencer por las dificultades y absorber por los miedos! La Virgen no, porque pone a Dios como primera grandeza de la vida. De aquí surge el Magnificat, de aquí nace la alegría: no de la ausencia de problemas, que antes o después llegan, sino de la presencia de Dios. Porque Dios es grande. Y mira a los pequeños.

Dios se la llevó dormida

Un cuerpo inmaculado que dio la vida a su creador no podía sufrir la corrupción propia del pecado. No, en María no hay mancha alguna y su cuerpo purísimo estaba destinado a ir, junto con su alma, al encuentro con Dios, nada más terminar su misión entre nosotros. María se durmió y Dios se la llevó: así, entera, única, serena, bellísima, pura: un cielo que sube al Cielo. María se fue por el camino que nos abrió su Hijo, hacia la Casa del Padre, llena del Espíritu Santo.

María nos abre el camino del Cielo. Jesús volvió a la casa del Padre distinto: volvió con su cuerpo resucitado y así quedará ya para siempre. María sigue ese mismo camino, con su cuerpo de doncella purísima y bella no corrupto.

Y Ella nos espera pidiendo constantemente a Dios por nosotros. Ella es nuestra esperanza: alguien como Ella me está esperando allí arriba. Y al mismo tiempo está siempre aquí a mi lado ayudándome a llegar con Ella a la gloria eterna prometida.

El tránsito de María: es el tránsito de esta vida a la vida celestial y fue para María una maduración de la gracia en la gloria. El ilustre mariólogo Garriguet escribió estas hermosas palabras: “María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal. Su muerte fue semejante al declinar de una hermosa tarde, fue como un sueño dulce y apacible; era menos el fin de una vida que la aurora de una existencia mejor. Para designarla la Iglesia encontró una palabra encantadora: la llama sueño (o dormición), de la Virgen».

La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen. Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo divino, para compartir con él la vida inmortal. De este modo la Virgen habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema.

San Francisco de Sales considera que la muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor. Habla de una muerte «en el amor, a causa del amor y por amor», y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús.

Según una tradición de Jerusalén, la dormición de María tuvo lugar en el monte de Sion. Así lo recuerda la Iglesia católica de la Abadía de la de Dormición de María.

En la cripta de la Abadia de la Dormición se encuentra esta bella representación de María "dormida",

ASÍ MURIÓ  LA VIRGEN MARÍA SEGÚN SAN JUAN DAMASCENO, DOCTOR DE LA IGLESIA
“La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no tener pecado original no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad. Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.
  Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los Apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la eternidad.
  Los Apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
  Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido. Para cada uno de ellos tuvo la excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces bendita, partió a la eternidad.
  La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su cuerpo , como por la muerte de la propia madre. Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
  En el aire se sentían suavísimos pero fuertes aromas, y parecía escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves. Pero, Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.
  Pedro, – dijo Tomás- No me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron. Y Pedro aceptó.
  Se fueron todos hacia el sepulcro santo de María, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.
  Abrieron el sepulcro y en vez de ver el cuerpo de la Vírgen encontraron solamente…una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
  Esto es lo que llamamos La Asunción de la Vírgen María.
Y ¿quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre